
La tuberculosis sigue siendo una de las enfermedades infecciosas más letales a nivel mundial, a pesar de los avances en su diagnóstico y tratamiento. En este artículo, la Lic. Carolina Jazmín Uranga Montero, de la Facultad de Enfermería, nos ofrece un panorama actualizado sobre la magnitud del problema, sus formas de transmisión, diagnóstico y tratamiento, así como las estrategias clave para su prevención. Comprender la importancia de la detección temprana y el acceso a la atención médica es fundamental para frenar su propagación y salvar vidas.
La tuberculosis (TB) fue la enfermedad infecciosa que causó más muertes a nivel mundial en 2023, superando al COVID-19 y la influenza. A pesar de que muchos la consideran erradicada, sigue siendo un problema de salud pública significativo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó 1.25 millones de muertes y 10.8 millones de nuevos casos a nivel global. En México, se registraron 25,256 casos y 2,478 fallecimientos. Su presencia es tan extendida que se estima que aproximadamente una cuarta parte de la población mundial está infectada en su fase latente, aunque solo entre el 5% y el 10% desarrollarán la enfermedad en su fase activa.
La tuberculosis es causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis. Es una enfermedad infecciosa y contagiosa, que se transmite por vía aérea y afecta principalmente a los pulmones, donde puede permanecer en estado latente, encapsulada por el sistema inmunológico. Sin embargo, en su fase activa, provoca un grave daño al tejido pulmonar y puede extenderse a otras partes del cuerpo.
Los síntomas más comunes afectan al sistema respiratorio: tos intensa con expectoración persistente por más de 15 días, en algunos casos con presencia de sangre. Un síntoma característico es la fiebre y sudoración nocturna, que desaparece por la mañana. También puede presentarse falta de apetito y pérdida de peso. Sin embargo, estos signos suelen pasar desapercibidos o ser malinterpretados, lo que retrasa el diagnóstico y el inicio del tratamiento, permitiendo que la enfermedad continúe propagándose.
El diagnóstico se basa en la detección microbiológica de la bacteria en las secreciones pulmonares, mediante baciloscopia, cultivo o Xpert. También se pueden emplear métodos auxiliares como radiografías y tomografías, aunque el método más confiable sigue siendo el cultivo, considerado el estándar de oro.
Una vez confirmado el diagnóstico, es fundamental iniciar el tratamiento lo antes posible. Este consiste en la administración de antibióticos en dos fases: intensiva y de sostén. La fase intensiva consta de 60 dosis diarias administradas de lunes a sábado, mientras que la fase de sostén requiere 45 dosis, aplicadas tres veces por semana. Aunque en el sector privado el tratamiento puede ser costoso, en el sistema de salud pública es completamente gratuito. La duración y estandarización del tratamiento son clave para evitar el abandono, ya que la interrupción del mismo puede derivar en tuberculosis farmacorresistente, una forma más difícil de tratar y con mayores complicaciones.
La tuberculosis es curable si se detecta a tiempo, pero la mejor estrategia sigue siendo la prevención. Medidas como la vacunación con BCG, la ventilación adecuada de espacios, la higiene respiratoria, el fortalecimiento del sistema inmunológico a través de una alimentación balanceada y ejercicio, así como la consulta médica ante cualquier síntoma, son esenciales para evitar su propagación. Además, es fundamental evitar la automedicación, ya que puede contribuir al desarrollo de resistencia a los medicamentos.
Combatir la tuberculosis requiere un esfuerzo conjunto entre la comunidad y los sistemas de salud. La detección temprana, el acceso a tratamiento oportuno y la educación en prevención son claves para erradicar esta enfermedad silenciosa pero letal.
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